Son muchos los
consejos y enseñanzas que recibí de mis padres cuando era niña y, más tarde, en
mi juventud.
De ellos, uno quedó
grabado en mi memoria, no ya por obediencia sino, más bien por el placer que
siempre me produjo el seguirlo.
Aquél consejo
era; escuchar siempre con atención a las personas mayores pues, su experiencia
y sabiduría podrían ser de gran ayuda en lo que fuera, en un futuro, mi vida.
Así fue.
Atendí a toda la información que me llegaba de personas que, por su edad,
tenían un conocimiento que, a todas luces, era superior al mío. No intervenía
en ello la posible educación o cultura del informante ya que, tan solo los años
vividos eran suficientemente indicadores de sabiduría. Si, además, se trataba
de personas intelectualmente cultivadas, escuchaba ávida de conocimientos y
experiencias que, posiblemente, podrían ahorrarme futuras diatribas o
disgustos.
Hoy, más
consciente de lo que significaron aquellas palabras de mis padres, de la
filosofía que encerraban, del respeto que me inculcaron por el estudio a través
de los ojos de los demás y sus vivencia, se lo agradezco enormemente ya que
evitaron, con ello, algún que otro error que hubiera podido cometer de no haber
escuchado o leído a quienes, antes que yo, ya habían tenido esas experiencias
de vida.
Atónita
contemplo que nuestros más jóvenes políticos, aquellos que pretenden ser los
dirigentes de sus partidos y en un futuro, no muy lejano, dirigir el Gobierno
de nuestro país: España.
No guardan el
más mínimo respeto por quienes, con sabiduría, generosidad y entrega, hicieron
posible que , ellos, disfrutaran de los beneficios que significa vivir en un
país libre y, como hasta hace poco, de una economía confortable.
Son los niños
del “tengodetodo”, mimados hasta lo infinito. Niños a los que sus papás jamás
han dado un azote en el trasero, por aquello de que no se traumatizara el “pobrecito”.
Niños que les traumatizaba el no tener el último juguete, la última tablet, el
último teléfono móvil 5G.
Críos que
acudían a la Universidad como el que acude a un mitin; a maleducarse. Sin
capacidad de estudio, ni sacrificio. Sin saber leer(por la poca práctica) ni
saber a quién leer. Tan solo los libros que, interesadamente, aquél profesor
tan “guay”, les indicaba para que, una vez comprado el libro y leído el
resumen, el “autor”, les aprobara. Entrecomillo la palabra, autor, porque la
mayoría de aquellos libros, todos sabemos cómo se escribieron. Un copia y pega
de aquí y de allá con ciertas dosis de algún que otro alumno aventajado. Todo
ello recopilado con esmero durante algún tiempo.
Estos chicos,
chavalería sin sentido ni respeto, se erigen en “salva patrias” despiadados
arrasando con todos y con todo lo que no signifique lo que ellos, pobres
ignorantes, creen o piensan que es el pensamiento único. Radicales e
inflexibles proclaman su democracia. La SUYA. Sin darse cuenta que; la
Democracia, no es eso. La democracia no es un rodillo donde se machaquen, sin
pudor, el sentir de los demás. Sobre todo, si los demás son mayoría frente a
ellos. ¡Somos jóvenes ¡ Gritan ¡Somos el futuro!
Enarbolan
banderas que ni saben lo que significaron, ni les importa saberlo. No quieren
saber de la sangre que por ellas se derramó. No quieren, ni pueden por su
escasa cultura, adentrarse en la historia que las movilizó. Es más, si un
abuelo les quiere indicar que es un error enarbolar, en aras de la libertad,
una bandera equivocada. Ni le escucharán. Palabras de viejo, historietas de
abuelo…Chocheces.
Pablo Iglesias
o Juan Carlos Monedero, no son tan incultos. No lo son. Son magníficos
malabaristas políticos, encargados en guiar a esa masa informe de pijoflautas
con móvil 5G, tablet y cuanta en Twitter. Desarrapados de cultura y norte. Sin
valores. Tan solo uno o dos: El dinero y el vivir del cuento.
Ni Dios, ni
Ley les mueve. A algunos, quizás el odio o la envidia. Arrasan en determinados
medios que, complacientes, les dan cobijo. Se crecen ante un micrófono, una
cámara, un periódico. Se creen los amos del mundo y…No escucha, no oyen, no
ven. Ciegos de poder y gloria no respetan. En proclama desairada desautorizan
sin miramientos, ni estima, a personas como Joaquín Leguina, acreditado y
culto. Una niña, Beatríz Talegón, el ejemplo: Deslenguada, mimada y mantenida
por el PSOE hace años…Pijaflauta socialista. Pijaflauta de revista. Pijaflauta con
caché. Aprendiza de no se qué. No respetan ni admiran a Felipe González, ni a Alfonso
Guerra. Y a Ramón Rubial, por fallecido, tan solo para la foto.
Insólitos
saltimbanquis saltan al son que toca la corriente emergente: Podemos. Sotillos
y Madina, se radicalizan. No escuchan, de sus mayores, sus sabios consejos.
Hasta Pérez Tapias se inclina ante las huestes de Iglesias. Pedro Sánchez, algo
mohíno, pero entrando en el lodo de la utopía y la demagogia. Proponen mil y un
desastres. ¡La locura! ¡A ver quién la dice más gorda! ¡No hay que pagar la
deuda! Y…La juventud, cantando La Internacional por la calle. Los niñatos pijoflautas,
herederos de la progresía, colocando en las plazas guillotinas falsas…¿Quo vadis PSOE?
Me tomo un
café y respiro. Miro a mi alrededor. Silencio, estudio, orden. Y me digo ¡No
todo el mundo es así!
Siempre se oye
al que más grita, vocifera y lía. Embrollan para que, con su locura, no se vea
el esfuerzo, el trabajo, el empuje y la ilusión en un futuro mejor. Pero ahí
están los silenciosos; trabajando, estudiando. Y el futuro, es suyo.