Suave y lento
deshojar de las horas en las ya cálidas tardes de mayo.
El invierno había sido muy
lluvioso aquél año lo que hacía que los campos verdearan a su antojo con un
derroche de frescura. El sol hacía tiempo que había hecho su último alarde, más
las nubes, allá en el horizonte, conservaban sus últimos reflejos rosas y anaranjados,
violetas, azulados que el astro sol les reflejaba: los arreboles.
En
el parque, algún bondadoso hombre paseaba a su perro con andar cansino ¡El
calor había llegado! Los animalillos, como animados por la nueva situación,
ladraban y jugueteaban.
Al
fondo, a la izquierda, se enseñoreaban los esbeltos álamos, alzando sus ramas
al cielo como para acariciarlo en cadencioso balanceo, aquél cielo antes rosa y
ahora de un azul intensísimo.
Mis
pies, apoyados lánguidamente en el antepecho de la azotea, dibujaban sobre el
verde fondo del césped la imagen de la placidez. ¿Qué hay más plácido que unos
pies apoyados en alto?
Mi
mirada se dirigió hacia el tobogán. Allí, un abuelo solícito, ayudaba a su
nietecita a bajar por el.
Al
fondo, los ladridos nerviosos de los perros. A mi derecha el piar agradecido, al árbol frondoso, de los gorriones. Pasando bajo, casi rozando mi cabeza, en
vuelos circulares, los murciélagos volaban buscando insectos.
Y
la luz descendía y aquél cielo, ahora azul cobalto y…No se porqué, se me venía
a la memoria aquellos versos otrora
aprendidos: " Asia a un lado, al otro Europa. Y allá al frente Estambúl…”
El
sonido de un avión que cruzaba el espacio me sacó de mi ensoñación. Y vi, vi
que la primavera había llegado a Madrid.
Los
olivos del parque estaban llenos de flores preconizando la abundante cosecha
que nadie recogería…Las aceitunas que en enero, estarán caídas por el suelo
para recordarme esta preciosa primavera.
Las flores
amarillas de la retama lucían más intensas al caer la tarde, eran como pequeños
puntitos luminosos, que desde mi terraza, refulgían y brillaban…Que extraños
juegos ópticos hace la luz del sol al ponerse.
Poco a poco,
la noche cayó. Desde mi azotea se divisaban los balones amarillos de luz…Farolas
luminosas como enormes luciérnagas nocturnas. La gente se fue marchando y se
hizo el silencio junto con las sombras que los árboles dibujaban sobre la
tierra. Tan solo el murmullo de las hojas al frotarse unas contra otras movidas
por la tenue brisa, rompía el silencio con un sonido que se asemejaba a las olas
mansas cuando rompen en la arena de la playa.
Sentí en mi
pecho una suave y tranquila calidez…-Ángela,- me dije.- Ya es primavera en
Madrid.